domingo, 23 de mayo de 2010

La Pequeña Edad del Hielo y el Vulcanismo

La Pequeña Edad de Hielo (aproximadamente del 1.350 al 1.850) ha sido considerada como el intervalo más frío del Holoceno. Debido a su proximidad a la actualidad, se han dedicado muchos recursos para la reconstrucción de las temperaturas de este intervalo de tiempo. A pesar de que las reconstrucciones difieren en la amplitud del enfriamiento que se produjo durante la Pequeña Edad del Hielo, casi todos están de acuerdo en que las máximas disminuciones de temperatura se produjeron a mediados del siglo XV, a finales del siglo XVII y principios del siglo XIX.

El período de la Pequeña Edad del Hielo también proporciona a los científicos del clima una oportunidad de probar sus modelos en un intervalo de tiempo donde se experimentaron tanto un vulcanismo significativo como variaciones de la irradiación solar.

A pesar de que la variabilidad solar a menudo ha sido considerada como el principal agente causante del enfriamiento de la Pequeña Edad del Hielo, hay evidencias de que el vulcanismo puede ser haber representado un papel muy importante y explicar hasta un 40% de la variación de la temperatura durante este período. Por lo menos, esto es lo que dice el artículo Volcanism and the Little Ice Age, publicado en abril del 2.008.

Para ello ha sido preciso calibrar el efecto de las erupciones del pasado sobre la transparencia de la estratosfera a la radiación solar. Esta calibración se ha hecho mediante los análisis de sulfatos de cilindros de hielo polar (ice cores) correspondientes a erupciones volcánicas antiguas, y comparando estos resultados con las emisiones de erupciones más recientes, en las que se ha podido medir su impacto sobre la transparencia de la estratosfera.

En la figura se ha puesto la estimación de temperatura del período 1.620 a 1.850 hecha por Jones (podemos observar en esta reconstrucción la importante bajada de temperaturas de los años 1.690, muy bien documentada en Europa), y las variaciones de la transparencia de la estratosfera, calculadas a partir de la cantidad de sulfatos de los cilindros de hielo antárticos y de Groenlandia correspondientes a las principales erupciones del período.


Existe una buena concordancia entre las 16 erupciones estudiadas y la disminución de la temperatura durante el intervalo 1630-1850. De particular interés es el gran enfriamiento de 1641-1642, debido a la concatenación de emisiones de sulfato de dos erupciones (una en Japón y otra en Filipinas), y entre una serie de erupciones a partir de 1.667, culminando en una gran erupción tropical en 1.694 (¿Nueva Guinea?). Esta gran erupción tropical (deducida de los picos de sulfato de núcleo de hielo en ambos hemisferios) se produjo casi exactamente al comienzo de la fase más fría de la Pequeña Edad del Hielo en Europa y representa un fuerte argumento en contra de la importancia de la relación del enfriamiento con los cambios de la radiación solar del Mínimo de Maunder (1.640-1.710).

Durante la tregua de las erupciones durante el siglo XVIII, las temperaturas se recuperaron un poco, pero luego se volvieron a enfriar a principios del siglo XIX. Este siglo comienza con una nueva erupción tropical desconocida en el 1.804, que depositó sulfato tanto en Groenlandia como en la Antártida. A partir de entonces, hay cuatro erupciones bien documentadas: una erupción tropical de la que se desconoce la localización en 1.809, Tambora (1.815), Babuyan (Filipinas) en 1.831 y Cosigüina (Nicaragua) en 1.835. Estas erupciones muy próximas entre sí no sólo son grandes sino que tienen un efecto temporal extendido sobre el clima, debido al hecho de que ocurrieron dentro de los 10 años que tarda el océano en recuperarse, es decir, antes de que el océano haya recuperado su temperatura a partir de la primera erupción, sobreviene la segunda, que hace que la temperatura del océano disminuya a un nivel todavía más bajo que después de la primera erupción.

Esta nueva aproximación a lo sucedido en la Pequeña Edad del Hielo es muy interesante, y puede considerarse coherente con el artículo que comentábamos en el pasado post, que da unos valores para la disminución de la radiación solar durante este período mucho menores que los aceptados anteriormente.

Nota

La profundidad óptica de aerosoles (aerosol optical depth – AOD) es una medición de la dispersión y absorción de luz visible por las partículas presentes en una columna vertical de la atmósfera. Es una medida de transparencia, y se define como el logaritmo negativo de la fracción de la radiación (por ejemplo, la luz) que no se dispersa o se absorbe en su recorrido.

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